En nuestras vidas siempre habrá momentos en los que buscamos ese algo que nos conecte con la naturaleza. Sin importar donde residamos o donde hayamos nacido, en ocasiones sentimos la necesidad de acercarnos al mar, a las montañas, a los árboles y a los animales. Una vez que escapamos de edificios, asfalto y de la cruel rutina citadina, nuestra mente y nuestros sentidos atesoran el contacto con el aire, el agua y el suelo.
Los colores, los sonidos y las texturas que vemos, escuchamos y palpamos en la naturaleza nos brindan el sosiego requerido.
Lamentablemente, para muchas personas, disfrutar de la naturaleza se ha convertido, cada vez más, en un privilegio pues deben permanecer inmersas en el ruido, el humo y el caos urbano.
Por fortuna, todavía hay maneras en las que se pueden descubrir fragmentos de esa naturaleza esquiva en las grandes urbes. Y son las aves, ese perfecto vehículo que en el paisaje urbano nos conecta con la naturaleza. Los colores y los cantos de algunas aves pueden evadir el concreto y el esmog, de modo que logramos apreciarlos desde una ventana.
Algo de las aves que resulta sorprendente es que para disfrutarlas solo basta uno de nuestros sentidos. A través de las aves podemos volar sin caminar, soñar sin poder ver y conectarnos sin tener voz. No nos privemos, entonces, ni privemos a nadie de apreciar las aves, de la libertad que simbolizan, de la belleza que abrigan y de los sonidos que emiten. No importa el color de nuestra piel, la lengua que hablamos o los ideales que defendamos, las aves están allí para todos.
Por: Carlos Ruiz-Guerra
Traducción a lengua de señas: Yamile Mendoza y Camila Pava